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20 de agosto de 2019

Entrevista para Fundación La Fuente



Puño y Letra: Félix Vega


Félix Vega es un dibujante destacado internacionalmente, por sus venas corre tinta y por su corazón historias tan fantásticas como encantadoras. Acaba de publicar en Chile su novela gráfica Duam (Planeta, 2019), un particular cruce entre mitología mapuche, animé y odiseas cósmicas. En una nueva entrega para Puño y Letra, el escritor Daniel Hidalgo conversó con él sobre la importancia que los libros han tenido en su formación y procesos creativos.
En la habitación, sobre la cama, un niño se prepara para dormir. Su padre lo abriga y le da las buenas noches. Sin embargo, el niño intuye que no conciliará el sueño en lo inmediato, así que le pide a su padre que le cuente alguna historia. El padre regresa y se sienta a su lado, le dice que le contará una maravillosa, una de marineros a la caza de un cachalote gigante e imbatible. Lo hace con una destreza narrativa tal que el niño queda de alguna manera marcado para siempre.
—¡Se le ocurrió contarme Moby Dick! –recordará entusiasmado, muchos años después, sentado a una mesa, mientras dibuja a su personaje Duam, en detalle, con lápices acuarelables, a modo de dedicatoria, en el libro que le tomó cuatro años desarrollar. Se llevará en eso el resto de la entrevista, a veces se pondrá de pie, para mirar en perspectiva, otras, tomará asiento y se fijará en remarcar los contornos.
—¿Y ese lápiz? ¿Qué es?—Es un pincel, que tiene este sistema que le va echando agua a lo que ya dibujé. Mi papá me enseñó la técnica de la acuarela, también.
El padre fue el mítico Óscar Vega, Oskar, quien carga en su historia haber sido el primer dibujante de Mampato. El niño se convirtió en Félix Vega, dibujante y autor de las espléndidas novelas gráficas de Juan Buscamares (1996), publicada por primera vez para el mercado chileno de forma íntegra bajo el sello Planeta Cómic, y de Duam, recientemente publicada en nuestro país, donde conjuga los mitos con la aventura de corte épico. Reconocido internacionalmente, sus obras han sido traducidas a más de siete idiomas y han sido editadas en Francia, Italia, Eslovenia, Japón y Estados Unidos.
¿De dónde viene Duam?—Duam etimológicamente es una palabra en mapudungun, sé que existe en otros idiomas como el árabe, pero en mapudungun tiene varios significados: una idea, un encargo y, según Oreste Plath, un asunto de vida o muerte, entre brujos. Al contrario de Juan Buscamares –que lo empecé a dibujar y a escribir en Chile y lo terminé en Barcelona–, Duam la empecé allá y la terminé acá. Ya había hecho otras cosas, trabajos con guionistas y otros propios, para España y Francia. Quería hacer algo de fantasía y, además, con una heroína que no fuese ni la cosificada, clásica del cómic hecho por hombres, ni tampoco la fálica, como podría ser Arya Stark (Game of Thrones), que lleva una espada, que cumple un rol históricamente masculino.
Mi pareja, Mónica Gutiérrez, me ayudó a meterme en el chamanismo, para entender el tema de la óptica femenina en las distintas culturas. Esto me llevó a la cultura mapuche, una cantera que en aquel entonces, salvo un par de casos, no estaba siendo aprovechada desde lo pop. Tras diez años viviendo en Barcelona, empezamos a aprender mapudungun con un diccionario.

«Duam». Créditos: La Tercera
Aparte del diccionario, ¿trabajaste con otros libros como influencia?—Con «El hombre de la rosa», de Manuel Rojas. Fue un cuento que leí en el colegio, recuerdo que me impresionó mucho y, estando en Europa –con toda la imaginería de la fantasía europea y japonesa–, encontré que estaba muy desaprovechado el tipo de fantasía que tiene Rojas. Sentí que había que hacer algo, me dio la pauta de ir a los brujos de Chiloé, a pesar de que el cuento ocurre en Osorno, uno deduce que es un brujo de la Recta Provincia. Por esos tiempos, en el colegio, leía también a Quiroga, sus cuentos de terror –que han sido adaptados al cómic por el maestro Alberto Breccia (Sherlock Time)–, y al Conde de Lautréamont. Quizá no se perciben mucho como influencia, pero me marcó ese imaginario, que es un protorrealismo mágico, enlazado con el surrealismo y otras cosas. Igual los cuentos de Cortázar, como «La noche boca arriba» o «Casa tomada», están más presentes en Juan Buscamares.
En Duam hay personajes que son muñecos que cobran vida, ¿hay por ahí una referencia a Pinocchio?—Sí, conscientemente del Pinocchio de Carlo Collodi, pero además, de forma más inconsciente, está el Frankenstein de Mary Shelley. Si te fijas, uno de los personajes en Duam, la machi, siendo mujer, conduce la resucitación a la manera de Collodi, pero Kalku, el brujo hombre, lo hace a la manera de Shelly. Es curioso porque salió invertido el rol de géneros.
¿Y cómo fue trabajar con la mitología mapuche?—Tenía mis aprehensiones de publicar este libro en Chile, que el desparpajo y la falta de rigurosidad antropológica para abordar la cultura mapuche fueran malentendidos, como un exceso de onderismo, pero no, por ejemplo, Pedro Cayuqueo comentó por ahí que le pareció muy bien, que encontraba que estaba hecho con mucho respeto al pueblo mapuche, y de hecho, es así.
Inconscientemente he tratado de hacer el viaje del héroe, pero caído, con falencias
Quizá una forma de hacer propia y de entender una idea del mundo que ha sido apartada de nuestra cultura, como la mapuche, sea indagando en ella a través de objetos artísticos como este.—Yo creo que sí, también celebro lo que hacen Guido “Kid” Salinas y Sebastián Castro, con Galvarino y Caupolicán, que toman la estética Marvel, tal cual, y la replican, no tanto en los mitos, sino en los próceres mapuche. Hay gente por ahí que decía pero cómo, qué falta de respeto, qué oportunismo, pero yo lo encuentro genial. Robar esa estética, que es lo más occidental que existe hoy en día, y trasplantarla al Wallmapu, da para mucho más.
Has trabajado con otras mitologías de pueblos originarios como la inca, aunque siempre desde una perspectiva más surrealista u onírica, ¿te consideras un sujeto místico?—Mira, yo soy una persona sumamente atea, no creo en nada. Por lo que me fascina cualquier mitología, de pronto hay gente que se me ha enojado, pero para mí la Biblia es como El Señor de los anillos. No tengo una formación mística, ni siquiera una iniciación chamánica con peyote, o sea, nada. He sido muy nerd en ese aspecto. Lo que sí he tenido es un trabajo con los sueños, intentando controlarlos. Por eso me gustan (David) Lynch y (Luis) Buñuel. Dibujo harto desde esta idea de los sueños. A veces, me dicen “ah, pero si lo que haces es como Star Wars”, obviamente, claro, pero Star Wars viene de (Carlos) Castaneda, si de ahí sacó George Lucas todo el lado chamánico.
En tu obra, además de los mitos locales, hay también influencias de fantasía y aventura occidental. Eres lector de esos géneros, me imagino.—Sí, de niño. Mi papá trabajó una adaptación ilustrada de Las tierras vírgenes (1894) de Rudyard Kipling para los últimos números de la revista Mampato y me pasó ese libro, recuerdo que me marcó mucho. Pero de niño, leía también a Manuel Rojas, más que Hijo de ladrón (1951), Lanchas en la bahía (1932), que no sé por qué no han hecho una película de ella. Igual leía a Ray Bradbury, la humanidad en cada uno de sus relatos es impresionante. Crónicas marcianas (1950) transita por el genocidio de los indígenas, porque los marcianos son los indígenas, eso me sorprendía. Borges también, lo que me gusta de él es el sentido del humor, elegante, fino. El libro de los seres imaginarios (1957) es una tomadura de pelo que me fascina y que es muy latinoamericano, además.


¿Y ya más grande?—En la adolescencia, y a raíz de Cortázar, tuve mi período beatnik total, con Bukowski, William Burroughs, Jack Kerouac, pero ya en la Universidad tuve amigos actores y poetas, yo les prestaba cómics y ellos me prestaban lo que estaban leyendo. Así llegué a El barón rampante (1957) de Italo Calvino y a El nombre de la rosa (1990) de Umberto Eco, que es imprescindible releerla hoy en tiempos en que quieren prohibir hacer humor, esa novela explica muy bien por qué quieren prohibirlo. Me gustaba también Boris Vian (El lobo-hombre), pero a él llegué por Moebius. También Mark Twain, pero el más político, el de Cartas desde la tierraDiario de Eva y Diario de Adán. Pero fue Kurt Vonnegut el que me voló la cabeza.
Hablabas antes de Cortázar, ¿el fantástico o el cosmopolita?—Mira, después de haber leído todo Cortázar, para mí lo más extraordinario que escribió fue «El perseguidor». Me hizo entrar en el jazz, yo antes escuchaba rock progresivo, pero conocer el jazz me hizo perderle el gusto. Lo valoro y hay gente talentosísima en él, pero es un virtuosismo exhibicionista, en cambio en el jazz hay una simbiosis orgánica. Me interesa también la miseria que está debajo del jazz, que se ha explotado muy bien en algunos cómics como el trabajo que hicieron los argentinos Muñoz y Sampayo sobre Billie Holiday, que es impresionante.
Tanto Duam como Juan Buscamares, son protagonistas jóvenes, niños o adolescentes, con la necesidad de recorrer un mundo que los atormenta y les fascina al mismo tiempo, hay un gusto por el tema de la aventura, también, ¿no?—Claro, pero ahí tendría que irme a referentes de historieta, a H. G. Oesterheld (El Eternauta) y a Hugo Pratt (Corto Maltés). Juan Buscamares, por ejemplo, bebe de esas fuentes, particularmente de Mort Cinder (Oesterheld/Breccia) y de Corto Maltés. Ahora, estoy muy interesado en adaptar a Jack London al cómic, si el tiempo me lo permite, me interesa Antes de Adán, que además es un libro olvidado, desconocido, que tiene cosas de la neurociencia, a pesar de que lo escribió hace más de cien años.
En el caso de la figura de los niños, es porque inconscientemente he tratado de hacer el viaje del héroe, pero caído, con falencias. En Buscamares es evidente, es parte de un todo fallido, él es una hoja al viento, y en el caso de Duam, tiene una carencia emotiva que la lleva a ser impulsiva y a tomar sus malas decisiones, me gusta ese juego. Por eso tengo problemas con las historias de superhéroes, no me gustan estos seres tan buenos, enfrentando a seres tan malos. No me llama la atención ver la última película de Avengers, por ejemplo, que tiene una cosa ideológica, además. Prefiero X-Men, que tienen grises, cosas más humanas, más tensionadas. Por eso me gustó la última temporada de Games of Thrones.
Fue polémico el cierre de Games of Thrones.—Sí, pero ese capítulo en que destruyeron la ciudad, me encantó, vi algo de Vonnegut, de Matadero cinco (1969), en él. Me recordó El mapa del corazón humano (Vincent Ward), una película de los 90 donde salía Anne Parillaud, la primera Nikita, que era sobre un esquimal que lo enrolan en el ejército y le toca bombardear Dresde, se cae en el avión y queda él ahí, encerrado, bombardeado con el resto. Era una historia que empezaba en la infancia y terminaba en eso. Me fascinan esos héroes que seguimos desde sus primeros años y los vemos caer, con sus vidas humanas a cuestas, que este viaje del héroe sea humano. Es mucho más entretenida la superdebilidad (risas).
En tus obras no solo dibujas, sino que además las escribes, las coloreas y editas, son en este sentido de una autoría absoluta, por decirles de alguna forma, ¿qué tal esta idea de trabajar por ti mismo lo que normalmente se hace en equipo?—La gente me ve como una rara avis por ese tema, porque es un poco un suicidio económico, porque te demoras muchísimo, los plazos se alargan, los lectores envejecen esperándote, y uno también, pero es porque me nace la necesidad de contar historias. Desde chico dibujaba y escribía esas historias y me decían que después iba a pasar al cine, pero nunca quise hacer ese paso porque dependería de mucha gente. En cambio en estos cómics trabajo solo, no es tanto por el control, sino por la honestidad. Tengo algo que contar y sale de las tripas o de los sueños, no está impostado. Es la única manera que tengo de plasmarlas, no tengo ayudante, por ejemplo, aunque sí he trabajado con guionistas para otras historias.
¿Oye, y qué libro tienes ahora sobre tu velador?—Tengo Buenos presagios (1990), de Neil Gaiman con Terry Pratcher, una novela que ahora la hicieron como serie de televisión. Tiene ese humor tipo Monty Python o Kurt Vonnegut de poder reírse de cosas terribles como el horror o el racismo.

Félix Vega. Créditos: Ester Calderón

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Book trailer de la edición chilena de DUAM La Piedra de Luz